jueves, 1 de mayo de 2008

MEMORIAS DEL BARRO, Por José Millet

MEMORIAS DEL BARRO

Hombres de barro?

Hace unas semanas participamos en el encuentro "Casas de barro; historias de vida", organizado por el Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) con el apoyo de la UNESCO. Resultó un honor compartir allí con los Maestros Artesanos de Coro Jesús "Chucho" Coello, Jesús "Chucho" Morillo, Edixon Morón, Eduardo Guanipa y Luis Morales, verdaderos tesoros vivientes de esa cultura que, lamentablemente, si no lo impedimos, está en camino de extinguirse: la que tiene como foco la tierra, bien situado más allá del uso experto de un material de construcción. A través de su testimonio directo recogido en un micro video con sellos de ambos organismos públicos, en el que glosaremos en este artículo salió a la luz un problema que debe ser atendido con la urgencia y cuidadosa atención solicitada por algo tan sensible como la pérdida de la memoria colectiva, porque el pueblo que la pierde "está en peligro de desaparecer", según apuntó acertadamente Don Fernando Ortiz, considerado el Padre de la Antropología en el Caribe.

Me siento enorgullecido de vivir en Coro, ciudad inscrita en 1993, junto con su puerto La Vela en la Lista de Patrimonio Mundial porque -y cito el documento oficial en su versión electrónica del Centro de Patrimonio Mundial, WHC, en sus siglas en inglés, de la UNESCO- "con sus construcciones de tierra impares en el Caribe, Coro es el ejemplo único de fusión de las tradiciones locales con las técnicas arquitectónicas mudéjares españolas y holandesas. Uno de los primeros asentamientos coloniales (fundado en 1527) que tiene unos 602 edificios históricos" (vid www.whc.org).

En cuanto a las propiedades de "el sitio" por las que se hizo su inclusión en la Lista, pudiera discreparse en algo en lo que respecta a la segunda parte de este fundamento, en razón de que, en general, se alude sólo al patrimonio tangible y porque creemos que el "lado oscuro" o invisible, la mano del ser humano que lo creó, se encuentra en peligro de menoscabarse como fuente de saberes, pero prefiero referirme al malestar que se me clava al costado al ver no sólo cuán frecuentemente son derrumbadas esas "casitas de barro", sino porque estos Maestros marchan rumbo al final de sus humildes existencias sin que veamos por ninguna parte la transmisión, sistemática y coherente, de sus conocimientos y de esas "técnicas" aludidas a las nuevas generaciones, lo cual es algo sumamente alarmante.

Me uno al palpitar cálido de vida de estos Maestros y, también, a la de los artesanos del barro en general, como un medio de llamar la atención referente el sujeto social creador del que ellos forman parte: el pueblo, verdadero objeto del reconocimiento del valor patrimonial de su ciudad y de su puerto, y al final les dedico unas reflexiones personales acerca del barro, para honrarles. Lo más importante es su testimonio, que intentamos apresar aquí para la difusión y empleo útil en el reavivamiento de la conciencia, que resalta una responsabilidad colectiva compartida, no sólo pues la de "el gobierno", al que tanto exclusivamente se emplaza.

Habitualmente solemos ver sólo la exterioridad del todo pasando por alto el ser que lo creó; en las edificaciones de tierra, antes de lo erigido, están los saberes y conocimientos que yacen en la base de la memoria, las manos y los pies de quienes lo amasan y concretan, terminando por imprimirle su valor real, que va más allá de su valor de uso. Estos Maestros tienen claro el concepto de que el barro no sólo es materia, sino huella del trabajo humano: respuesta a necesidades concretas como las de la vivienda, desvelos, sueños y un compartir solidario al nivel de la familia sanguínea y de esa otra extensa que se fragua con los camaradas al calor de la faena cotidiana, amorosa y constante. Haz del sol mañanero que nos despierta en las sombras. Mediodía sonriente. Atardecer fatigoso que se prolonga con las tareas domésticas, desde la niñez hasta entrada la adultez.

La visión de "Chucho" Morillo debe interpretarse como la de los artesanos; así ve "la obra" edificada en barro como algo vivo, "con la que nosotros los artesanos podemos hablar" y nos relacionamos como si fuese una mujer: la acariciamos, incluso, con erotismo y como con alguien a quien uno no se puede relacionar si no es con cariño. Eso lo recibimos cuando nos dice que "echar una torta, echar un pañote es como si uno tuviera pasando la mano a un ser amado. Uno siente las curvas en el barro, las paredes… como siente las curvas cuando acaricia a un ser querido."

Chucho Coello primero fue lo que se llamaba en este oficio un peón de mano, "que era trabajar con los Maestros. Ahí me inicié en tejas, en barro, en todo lo artesano que es el barro". Chucho Morillo tenía 10 años cuando comenzó este oficio, que lo "llenaba desde niño porque lo hacía con mi padre y mi hermano". Fue desde entonces que se inició el proceso de aprendizaje de "las técnicas tradicionales de construcción". A Edixon Morón su vinculación al barro le llegó con su abuelo, que iba a verlo cada vez que se le dañaba la casa y "después /fue/ con otras personas que trabajaban esto. Eduardo Guanipa no sabía nada, ni siquiera "cómo se amarraba el cardón", entonces el colocarse al abrigo de los Maestros artesanos le abrió el modo expedito de aprender y así lo ha hecho hasta el presente.

Este proceso no siempre fue lo fácil que puede suponerse: Luis Morales tendría 5 ó 6 años cuando "lo llevaban por ay, a trabajar con el padre. Cada día él me paraba a las 4 de la mañana y, primero, teníamos que cargar agua, buscar leña y, a partir de las 7, nos íbamos para el trabajo hasta el mediodía en que comíamos y, al regreso a las 6 de la tarde, nos poníamos de nuevo a cargar agua." El trato directo con la gente conocedora de esta cultura impuso un sello característico a estos artesanos: su cuidadoso modo de codearse con esta "materia".Chucho Coello opina que, en su preparación, al "barro hay que dejarlo… batirlo bien" con el azadón, como si requiriese un reposo, como ser vivo al fin, lo que conducirá a la obtención de la masa anhelada: "igualito que hacer una conserva es el barro: hasta que dé punto".

Para Morillo, en cambio, "el fraguado de una torta no es igual al concreto", porque en su interior existen propiedades físico-químicas de la arcilla que provocan que cuando ésta se seque se expanda. De ahí que la obligación del contacto corporal directo del hombre con la materia: una vez preparada la torta (masa resultante de la mezcla circular, en el suelo, de tierra, agua e hierbas), ésta requiere ser amasada una vez más, esta última vez con las manos, para que pueda zumbársele al techo donde se la empareja también manualmente.

Estos saberes no fueron adquiridos en ninguna academia que no fuera la de aquellos otros Maestros que les antecedieron que los tenían desde que el hombre se irguió encima del planeta. De ahí que al Maestro "Chucho" Coello lo calificara de Biblia de los artesanos, en la cual se han formado varios de estos artesanos testigos, quienes dicen haber aprendido la disciplina del trabajo y este "arte del trabajo en barro de estas construcciones antiguas", siempre en el campo, aunque confiesa que son pocos a quienes estas faenas "nos gusta". Aparece la queja de que, a pesar de que se les reconoce como Maestros con muchas décadas de experiencia, no disponen de un certificado o algo que les permita acceder a un trabajo o, lo 1ue es peor, a la jubilación. Muchos de ellos consideran que, de haberse el dispuesto de ese cuerpo jurídico, se hubiesen jubilado. Para concluir, se preguntan, para resolver cualquiera de estos problemas, "¿a quien acudo yo?", con lo cual nos evidencian un total desamparo.

Para colmo existe una contraposición entre el saber ancestral de estos artesanos y los conocimientos contemporáneos del personal técnico contratado que le colocan para controlar su trabajo. Así, Chucho Morillo nos refiere que "muchas veces un ingeniero es situado para inspeccionar una obra y no sabe nada de lo que está haciendo el artesano, porque no sabe…" Y es concluyente en lo que debe hacerse: "Aquí hay que capacitar a esa gente." El Maestro Coello nos lo confirma al narrarnos una lamentable anécdota: "Una vez estuvimos con un Maestro que era medio bruto y yo le dije: "mire, esa casa se nos va caer" y contestó: "no, no le pare bola". ¡Y esa casa se nos vino encima!, porque yo tengo mucha experiencia." Por eso Morillo afirma que "van a tener que formarse en lo que es tradición artesanal, barro, tierra… porque de lo demás no sé nada."

Están conscientes, sin embargo, de que lo que se refiere al barro "es un proceso" en el intervienen los técnicos, ingenieros y arquitectos, que implica una cadena en la que están ellos, los artesanos también, "al pie de la obra." Pero se sienten en una situación de inferioridad en tanto que, en el mejor de los casos, se les contrata, se les paga y luego "chao pescao"… el mérito se lo llevan los dueños del negocio, el ingeniero...

Se les ha contrato en algunas ocasiones para impartir formación a los jóvenes, pero no se ha hecho de manera sistemática ni mucho menos con una visión coherente. Coello aconseja a la juventud que sigan el ejemplo marcado por ellos "para que lleguen adonde llegué…que esto es muy bonito". Mas, en medio del evento, se le preguntó cuál era su ilusión no conseguida, lo que más anhelada y fue categórico al contestar que "una Escuela del Barro, para enseñar a los jóvenes y así garantizar el necesario relevo.

El Maestro Coello está al tanto de que "todo se trabaje en menguante, no se trabaja en creciente, porque no sale bueno". De los conocimientos recibidos por ellos oralmente les viene a estos Maestros el rechazo al cemento: según Coello, incluso para el frisado de los muros no debe usársele porque se cae la capa, por lo que se usa la mezcla de tierra, arena y cal, ésta última un líquido "madurado" en un tanque a la intemperie. Coello es categórico en su resolución: en estas obras no se emplea otra cosa que no sea barro y esta última mezcla, prescindiéndose del cemento.

En cuanto al mantenimiento, reparación y atención a los materiales empleados en este tipo de edificaciones, basta el agua para ablandar y limpiar con un cepillo los residuos adheridos a las tejas de barro, incluidos microorganismos morbosos, como el hongo; luego se las apila en el piso para el secado y se las devuelve nuevamente a los techos. Ahora se usa el cañizal o entramado hecho con pedazos de madera, atados entre sí y dispuestos paralelamente, que se usa para construir cubiertas, techos e incluso empalizadas; encima de él se colocan las tejas sin necesidad del pernicioso cemento. Al cañizal se le embute la torta y luego un mortero de mezcla; encima se coloca el manto. "Esas tejas no llevaban nada", es decir, ninguna otra materia que la aludida. Se garantiza que las tejas duren mucho tiempo, incluso un siglo…

Coello se esfuerza por revelar los secretos de la cultura que representa: "El barro tiene esto: en tiempo de frío, es caliente; en tiempo de calor, es fresco… los españoles sabían eso: que venían tiempos frescos y tiempos de veranos", conocimiento que horita muchos niegan interesadamente o prefieren pasar por alto aviesamente. Es por lo que antes se hacía una ventanita que no llegaba a un metro cuadrado, que producía una circulación de frescor admirable en el interior de la casa; "ahora las hacen de dos metros y hace calor", según Morón. Todos coinciden en que el barro dura más que el cemento porque éste se "pica" más fácilmente. Naturalmente, todos prefieren este tipo de habitación natural para vivir y sienten un orgullo muy especial cuando, después de aplicarse a su reparación concienzuda. Por eso, cuando entregan en perfecto estado de conservación a aquellas que habían encontrado casi destruidas: "están trabajando allá arriba, no sienten ni sol ni calor".

Mucha ciencia del hombre encontramos en la visión del barro que tienen estos artesanos, particularmente en lo relacionado con el imprescindible contacto humano para que las edificaciones que le sirven de habitación no se deterioren. La mayoría de las casas abandonadas existentes a lo largo y ancho de la geografía de Falcón podría estar condenada a muerte por la indolencia de sus dueños o representantes a consecuencia de esta ausencia fatal. Para que se conserven, estas edificaciones necesitan ser habitadas por los hombres, porque "al dejarle de dar calor, la casa se cae", según Morales. "uno debe ser más amoroso, tener conciencia…"—dice Morillo—y remata el Maestro Coello: "porque Coro fue fundado en barro."

Morillo es tajante en su señalamiento de la pérdida: "lo que nos falta es la cultura de la tierra, la cultura del barro"; su ausencia provoca que no sean valoradas con justicia las acciones dirigidas a rescatarla o fortalecerla e incluso a los propios Maestros y artesanos, que han echado pie en tierra para lograr este reconocimiento mundial. Así, a pesar de que "a sus ochenta años Chucho Coello sigue trabajando" y enseñando, eso sí espontáneamente, a la gente estas artes ancestrales, según su amigo Morillo, "no tiene ayuda de nadie". Cuando el boom petrolero, no se fue para Punto Fijo, sino que se quedó en Coro haciendo y reparando estas casas. Concluye Morillo su incisiva crítica: "Pero ¿quien ayuda a Chucho? Esos grandes jerarcas del Patrimonio /Instituto de / o de lo que sea, no van a hacer nunca algo a favor de Chucho… ¡Jamás! ¿Cuántos artesanos hay? ¿Han hecho algo en beneficio de ellos? ¡No, mi amigo!". Con ellos han de aprender lecciones de sencillez y humildad quienes se pavonean con sus títulos académicos porque quienes carecen de ellos tienen aquellos otros no caídos del cielo, sino heredados del accionar perenne del hombre en el Planeta del cual nació y se nutre la ciencia.

Seguramente, estos Maestros no están enterados del concepto de patrimonio, cada vez más enrevesado, usado por los técnicos y arquitectos. Pertenecen a otra época en que el conocimiento del cosmos y de la Naturaleza conducía al acomodo armonioso de la criatura humana con el medio ambiente del cual dependía su existencia. De allá les vienen los saberes con que han hecho posible que se levanten estas catedrales vivientes que son las "casitas de barro" de Coro y La Vela, tan beneficiosas a la salud integral del hombre y a su relación respetuosa con la Naturaleza a la que piden prestados los elementos útiles para crearse ese hábitat invaluable reconocido por los hombres de bien como Patrimonio de la Humanidad. Uno de estos Maestros dijo: "Chucho" Coello es el Patrimonio". ¡Vaya usted a saber!

MEMORIAS DEL BARRO

Desde la azotea de uno de los edificios más altos, se nos revela un perfil de la ciudad en el que pocos de sus habitantes reparan. A juzgar por las cubiertas, Coro debió haber sido otra ciudad de los “techos rojos”. Mucha teja corona una multitud de espaciosas casas que se extienden a lo largo y ancho de este emblemático asentamiento humano. Uno de sus hijos descorrió las cortinas del recuerdo y nos permitió echarle una ojeada a cómo transcurrieron las cosas en el pasado. Lo insólito de las suyas, es que son una especie de memorias del barro, en el que se asentó Coro, donde este artesano nació y ha desarrollado toda su vida.

Jesús “Chucho” Coello es considerado “La Enciclopedia del Barro”, debido a sus probados conocimientos. Humildemente reconoce que los adquirió de los maestros Guillermo Rodríguez, “Nacho” Poyoyo Guadamo y Agustín Camacho, quienes vivían “cruzando” el barrio Las Panelas. Como se produjo una ruptura, en cuanto a la transmisión de mundos, entre aquellos sabios y las generaciones actuales, hoy sacan la tierra de donde hay “saques de tierra”, en el sitito nombrado Arenales, La Negrita. En La Horqueta hicieron un tanque grandísimo y lo volvieron a rellenar. Para secar tierra de Arenales se necesita un permiso, creo que de la prefectura de La Negrita. “Tiene grea, como una fibra o raicita negra”.

La que están trayendo, al no ser de aquel sitio, tiene salitre, lo que provoca que se desprenda, al ser empleado como principal material en la edificación o rehabilitación.

Al barro hay que echarle pulmón hasta que “dé puntico”, que es cuando se le añade la hierba. ¿Cómo se procede? Se hace el pozo, que permanece tapado durante tres días, con la hierba. Al término de ese tiempo se considera que el barro está maduro; pero antes se picaban el barro y la tierra.

Al mencionar su trabajote restauración en la Casa del Artesano, actualmente en construcción, diferencia el tipo de material y técnicas constructivas que se deben emplear según las condiciones y características del espacio donde se construya; en La Vela no se trabaja con adobe porque “se lo come el salitre” del mar. El adobe es una estructura conformada por horcón y paredes con cañizo; el bahareque, en cambio, aguanta más, digamos ante un movimiento sísmico, mientras que el adobe “se va más fácilmente”.

“Chucho” Coello denuncia que, por ignorancia, el barro se había olvidado. Si se hubiese tenido conciencia de la importancia de este material, las casas de la Calle Comercio no se hubieran caído. Tampoco se les hubiera permitido a los árabes comprar las casas en el Mercado viejo, las que han dejado caer para edificar con bloques de cemento y cabilla. Lo sucedido allí es una falta del Alcalde de Miranda, Pineda, y de su equipo.

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Por igual motivo han ocurrido otros desastres. A la casa de la Calle Comercio, entre Monzón y Federación, había que acomodarle el techo, y sin embargo la demolieron. Lo único que tiene la Casa del Tesoro son unas piezas con techos malos, pero la Alcaldía sólo lo acomodó el frente. Está como la mayoría de las casas incluidas en el “polígono de la UNESCO”: está deshabitada, que es lo que provoca su deterioro. Habla de un túnel y de los tantos salones amplios que posee.

Con la Casa de las Ventanas de Hierro, del Doctor Tellería, se presenta la misma situación; pero ante la deshabitación surge un interés inconfeso del Maestro “Chucho” Coello: “que me la den para hacer allí una escuela”, por supuesto, para estudiar en ella todo lo relacionado con el barro y entregar a los alumnos los tesoros del conocimiento acumulados en su vida “Restauré la casa donde están las hermanas, al lado del Registro…..”

El Ingeniero Víctor Piñero hizo casas de adobe en la José Leonardo Chirino y su casa es de barro.

Chucho restauró la casa por donde está El Conquistador, sede del diario local La Mañana, cuyo director Atilio Yánez, no quiso que nadie, salvo él, acomodara las tejas en el techo.

La teja, los tejares.

Ese patrimonio edificado en tierra fue respaldado por el conocimiento de muchos hombres dedicados durante mucho tiempo a este trabajo. Los artesanos se entregaban a su oficio no como mero medio de obtención de dinero. Había sastifacción en la utilidad de la labor y entrega, aunque en el pasado carecieron de reconocimiento social de ningún tipo, constituyen hoy una comunidad con relativa homogeneidad.

En cuanto a la elaboración de la teja, Chucho Coello reconoce a Pedro Flores como uno de los “maestros tejeros”. Trabajó en el tejar “Falcón”. Era de Churuguara, donde hay tradición en este oficio; trabajó con “La Enciclopedia” hasta poco antes de su muerte, ocurrida hace algunos años.

Hacían tejas, ladrillos y “adoboncito” para las paredes. “Ladrillos de piso”, especifica Chucho, “son los ladrillos de barro”.

Estos materiales han sido ampliamente utilizados en labores de restauración hechas por estos Maestros y artesanos del barro. La memoria retiene pasajes que nos llevan a la reflexión y al juicio crítico. La Casa de la Cultura de Coro fue también restaurada por Chucho, pero ha sido “la casa más cara: el alcalde Popo Barráez la compró a sobreprecio y el contratista no la terminó. Estuvo sin terminarse hasta ahora, “es una casita parecida a una familiar”.

Escuela del barro….

El proyecto de la “Escuela del barro” se lo dieron a Ana María Reyes. Tuvo respaldo nacional, fue situada en Tara-Tara, donde además había un Museo del barro. Vinieron muchachos de Estados Unidos, quienes hicieron mucho adobe y regresaron con sus títulos, según él.

En cuanto a los evangelistas, esta congregación religiosa consigue mucha plata, del diezmo o descuento de su sueldo. Hicieron una de estas escuelas en El Bejuquero, donde no la había.

El barro: resistencia.

El Maestro desmiente opiniones dirigidas a demonizar el barro, cuyo empleo, sabio y continuado, ha creado el patrimonio edificado más coherente y de valor trascendente de todo el Caribe, fundamento del otorgamiento, a Coro-La Vela, de la condición de Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO. A las casas de barro no las ataca ningún insecto, como se ha dicho, menos aquellos clasificados como mórbidos. Ejemplifica con las casas del frente de su casa, “que tienen más de cien años”.

La historia de las casas de barro contadas por los artesanos:

En el Coro de hace 40 o 50 años “las casas no valían na”, nos dice Chucho Coello , porque el material con que se construía estaba a la mano, era muy barato y la propia gente las construía por sus medios, empleando el trabajo solidario de amigos y vecinos. Aquella produjo la vivienda mas económica que haya existido: Vendió una de sus casas en 15.000 bolívares, ahora es residencia del doctor……

Las casas, no obstante, eran buenas y bonitas, porque también había buenos artesanos. “Chucho” nos proporciona su ubicación espacial dentro de la ciudad: aquellos maestros artesanos vivían “pa abajo”, entre ellos Julito y Ramoncito Jiménez; tenían una fábrica de adobe en Zumurucuare.

¿Cómo eran aquellas casas corianas? La mayoría era de barro, hasta que en 1946 las contratistas introdujeron el cemento, el bloque, y… con la Urbanización Ampíes. La industria y la artesanía del barro respaldaban la existencia de este tipo de casas. Había numerosos hornos, muchas alfarerías que lo garantizaban;

La casa típica para entonces era de piso de ladrillo y de techo de teja. En los barrios donde vivían los pobres predominaban las casas de torta.

1942….

Este año comenzó a construirse el cuartel de Coro. El material empleado era adoboncito, porque por fortuna no había cabilla, se empleaba la piedra bruta, mezclote, piedra, cal y arena. Con mezclote fue levantado el “Hospital Antonio Smith”. Veamos los precios de las edificaciones levantadas por la naciente burguesía venezolana en la ciudad. Algunas de ellas se erigen como emblemáticas de su gusto y concepto de lo que debía oponérsele al barro, propio de los “ttierrús” que habitaban las barriadas.

“Chucho” Coello calcula en 100,00 bolívares el costo de producción del Club Bolívar y 1.000.000,00 el Antonio Smith. Este último edificio denuncia la equivocada intervención del Ejecutivo del Gobierno Nacional, en la persona de algunos de sus presidentes. Fue construido con “puro ladrillo y techos de placa” soportados con el desmantelado “Tren Coro – La Vela”. . Fue demolido, el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez lo mandó a demoler. El gobierno de Herrera Campins mando a hacer un enorme huecote, que luego Carlos Andrés Pérez mandó a tapar. Cuando Lusinchi asumió la presidencia, mandó que lo destaparan. ¿A dónde iba a parar todo ese dinero invertido? A las arcas de los corruptos, no a los bolsillos del pueblo, que seguía “pelando”

El Hospital Santa Ana tiene su iglesia porque las monjas eran las enfermeras. Según “Chucho”, lo restauraron muy mal. Ahora le hacemos paredes de cinco bloques de adobe, a lo que fue “el mejor hospital antituberculoso”.

Teatro Armonía.

El Teatro Armonía era de barro con techo de tejas. “Cuando se quemó fui a apagarlo, tenía 17 años de edad y sufrí quemaduras”. El agua entonces de acarreaba en una carreta con un tanquecito encima y era tirado por una mula.

El Coro de los ricos y los pobres.

Los ricos vivían de la Calle Comercio “pa`rriba”, y rumbo al Club Bolívar; y los pobres de la Calle Comercio “hacia abajo”. Los ricos jugaban ese deporte en un espacio cercado con ciclón. El nombre de ese deporte lo lleva aún la plaza “El Tenis”. Las casas de torta, características de los explotados y humildes, mayoreaban en el barrio Los Ranchos, no en el Monteverde, nos aclaró Chucho, “del Tenis hacia allá”.

Ambientes del Coro de ayer.

“Chucho” bebe hoy, a lo sumo, cuatro cervezas. Al parecer su estilo de vida ha cambiado. Antes frecuentaba el “Bar Chipi-chipe”, calles Sur y Silva, “uno de los más renombrados sitios de reunión”. Vendían cervezas, pero lo principal consistía en disfrutar del espacio de tertulia.

Bar “El Cielo”, lo cerraron en la esquina porque mataron allí al hermano de un pelotero de las grandes ligas, Magglio Ordoñez. Bar “Miranda “ en la Calle , “El Loco Lindo” en la calle Federación, ahora es una tasca. “El Majestic” sí se ha mantenido, igual que el “Manaure”.

El mejor bar era el “Puerto Cabello”, que empezó en 1946, atendido por Emerita y su dueño “Chindo” Muñoz. Al principio era un minúsculo “negocito”, pero con el éxodo de las petroleras, “se fue pa`rriba”. Era el mejor: tenía chicas, buena música de rockola ( 8 piezas por 1 bolívar), y juegos. “Había mucha educación”, que evitaba las riñas. A quien se sacaba una muchacha le metían un año de cárcel si no se casaba. Los hombres eran mas precavidos, buscaban más donde vivir que las aventuras.

Costumbres, normas y valores.

A los 22 años de edad fue que “Chucho” bebió por primera vez, después de la muerte de su madre. Era el respeto al padre más que las prohibiciones, lo que limitaba determinadas acciones en los hijos. Nadie se atrevía a fumar delante de los padres. El padre le dio cuatro palos a un hermano de “Chucho”, por echarse un palo de aguardiente delante de él. Se empeñaba algo dejando a cambio un pelo del bigote, y nadie lo botaba: “tal era el sentido del honor y la palabra que daba”, nos dice el viejo Chucho. La gente no sabía leer, pero sí respetar, concluye enfático este artesano. La palabra del abuelo estaba por encima de todo. Nadie se sentaba a comer en la mesa sin camisa. No existían groserías.

Las cervezas más viejas eran la Zulia y La Regional. Cuando Pérez Jiménez valía un real. El dueño de la fábrica era un ministro del dictador.

Hablan las casas.

Las casas eran bajitas. A las casas que ocupaba “La vaquera” le pusieron las tejas después. La casa de Chelo está enfrente a “El Pilón” y es de barro-bahareque y torta. En Las Panelas, Curazaíto hay una casa de torta.

Lo que se necesitaba para construir estaba situado muy cerca del necesitado. El finado Isauro cargaba el tercio de cañito o cañizo de Zumurucuare. La hierba se buscaba detrás del cuartel, antes de que lo cercaran.

El Balcón de Ismael Cordero, en la Calle Bolívar, del Chupulún pa`lante, es de barro. Muertos sus dueños, esta edificación de adobe se está desmoronando. Era de César Saher, luego pasó a manos de Ismael y hoy la dueña es la hija del Gobernador Pablo Saher.

Costaba 100 bolívares (qué?) cuando el salario era de 2 bolívares diarios, doce a la semana.

El Bahareque

El bahareque predominaba por una razón económica: era más barato que el adobe. Se trata de una estructura simplificada de horcón con cañizo, que abundaba. Primero se embute con barro y luego se le aplica el pañote, capa para cubrir el primer barro embutido. Este es un friso de barro con hierba, al que sigue el friso de barro con cal.

El frisado con barro se le puede aplicar a las paredes de cemento, y se adquiere mayor frescura que con cemento solo.

Del barro de los pobres a . . . . .

La Avenida Santa Rosa, que pasa el “Hospital Alfredo Van Grieken”, ilustra cómo se empezó a destruir el patrimonio edificado de Coro. Las casas de barro construidas allí donde habitaban familias pobres, fueron tumbadas y, en su lugar, levantadas otras de cemento. Así es como la gente humilde saludaba y aceptaba este sentido de “progreso” que hoy se ha instalado en la mayoría de los lugares.

Nuestro testimoniante vive en una humilde vivienda, en la Calle Progreso Nro. 21 de Monteverde. Es padre de 7 hijos, a alguno de los cuales le construyó una casa de barro, exactamente en la Parroquia Curimagua, en Cabire, frente a las torres de CANTV. Tiene que ser de barro, “porque el barro es un congelador de noche”.

Al aparecer “Chucho” retratado en uno de los catálogos del Instituto de Patrimonio Cultural, la Ley lo incluye en el Registro de bienes Culturales de Venezuela. En su hogar muestra algunos de los reconocimientos que le han otorgado. Se para cada día rayando el alba para ir a inspeccionar las obras que se ejecutan en el “Casco Histórico de Coro”. Recibe a cambio de este trabajo 1.600.000,00 Bs., sin los beneficios sociales concedidos a los trabajadores fijos. No obstante, me reitera su sueño de disponer de una escuela para enseñar y transmitir a los niños, jóvenes y adolescentes sus amplios conocimientos y saberes acerca del barro, su empleo y la construcción y mantenimiento de lo edificado con él.

Santa Ana de coro, 24 de Julio de 2007.

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