FRANCISCO DE MIRANDA EN EL BARRIO
Hasta el presente ha permanecido en el más anodino desconocimiento la presencia del Generalísimo Francisco de Miranda en Coro, donde permaneció durante varios días y consumó su célebre proclama al mundo. Pocos imaginan que tan ilustre revolucionario estableció su cuartel general en el barrio
Las comisiones creadas para organizar la protección del territorio coriano recorrían los vecindarios y el capitán de mando alistaba “precipitadamente a todos los peones que estaban al alcance de la mano”. Se puso en juego un modelo de animación socio-cultural defensiva para que la gente se aprestara a tomar las armas; a Miranda se le colgó el epíteto de “el jacobino”, equivalente al de tránsfuga o a algo más degradante: a un hombre sin moral, sin religión y sin escrúpulos, por tanto, capaz de cometer los crímenes más horrendos. Al pueblo se le explicó que aquel hombre tan desprovisto de principios había llegado al extremo de enarbolar una bandera tricolor a la que adornaba con “signos misteriosos”. Aquel que pintaban poco menos que de pirata o filibustero, pues, era un hereje o nigromante.
Resulta de mucho interés estudiar el mecanismo de que se valió el tambaleante imperio español para actuar en la conciencia social del coriano a nivel de las comunidades de base y, especialmente, en la familia coriana, para instalar en ellas el miedo. Se operaba con pleno conocimiento de causa de la mentalidad conservadora del coriano, reforzada por un catolicismo que no existía ni en la propia España. Para reforzar el rechazo al enemigo invasor, se le descalificaba culturalmente, es decir, se le retrataba como un forastero – jacobino era sinónimo de francés - que violentaba el código de moral que todos compartían; era antirreligioso y, en consecuencia, en disposición de cometer las acciones más atroces. Para alcanzar sus fines, había sustituido al pabellón “patrio” por otro en que había inscrito esos símbolos sospechosos.
Esto fue lo que tanto los españoles como los criollos corianos se encargaron de hacer circular en el barrio. Tengamos presente que
Capitán General, el Teniente Justicia Mayor Don Mariano Ramírez Valderrain,
*Ángel S. Domínguez.: “Los Corianos de
para pedirle armas con que enfrentarse o apoyar—según los colonialistas-- al zambo rebelde de la hacienda Macanillas. La insurrección se había inspirado en “la ley francesa” que decretaba la libertad para todos los esclavos: ¿se comprende mejor por qué a Miranda ahora se le calificaba de “jacobino”?
Este último adjetivo removía en la mente de los atribulados vecinos de Coro el recuerdo de las ejecuciones sumarias y otras violentas acciones, como el confinamiento, la deportación o la venta de esclavos e indios, hechos prisioneros después que fueron masacrados los “negros de la sierra coriana”.
Se puso en juego un mecanismo basado en el buen empleo de la historia y del conocimiento de la cultura para conseguir fines prácticos de inmediato alcance. Con aquel mecanismo se lograba el control de la población más humilde del barrio: los descendientes de los negros esclavos y la población mestiza, quienes se sentirían así encadenados. Al mismo tiempo, se lograba que el reclutamiento forzado fuese más efectivo; de modo que el capitán de pardos podía estar seguro de que los peones de
Lo cierto es que el mecanismo ideológico y cultural que se puso en práctica logró eficientemente su objetivo: amedrentar a la mayoría de la población y predisponerla negativamente ante el trascendental hecho histórico que se estaba produciendo ante sus atónicos ojos. El Generalísimo Francisco de Miranda caminó por las aterrillantes calles corianas sin encontrar en ellas una ventana que se le abriera para recibirle ni un alma de entre sus mismos coterráneos que le manifestara al menos su adhesión para reconfortar a aquel sabio que había elegido a Coro como escenario ideal donde proclamar al mundo que una nueva patria había nacido en su natal Venezuela.
Muchas razones han sido alegadas para explicar la negativa casi absoluta a brindarle abrigo a aquel cuya vida había consagrado a transformar al hombre en un ser libre y a luchar por esa sociedad plenamente independiente. La falta de confianza instalada en el pueblo o la ignorancia que atenazaba a la inteligencia tampoco bastan a la sombra de un avasallante poder colonial, se habían abierto paso los intereses de un minoritario grupo social devenido luego en godocracia, que ejercía un control y dominio tiránico en torno a las ideas, valores y pautas culturales que circulaban entonces, impidiendo su ingreso en la conciencia del pueblo. Por el contrario, las matrices de opinión y los estereotipos sociales impuestos terminan por producir algunas expresiones culturales contrarias al independentismo.
Ángel S. Domínguez, cuya crónica glosamos, es concluyente al afirmar que el coriano se había convertido en un “pueblo arisco, desconfiado y siempre presto a tomar las armas para defender sus hogares y hasta su propia existencia”.
La mentalidad belicosa del coriano la interpreta como un fruto de la formación de la juventud desplegada por los españoles, quienes intencionalmente exaltaban en ella valores como los de la lealtad y la valentía, siempre enfilados a rechazar todo asomo de liberalismo o de alguna idea que pudiere asociarse al separatismo. Defensa a ultranza de lo propio frente a enemigos foráneos que esporádicamente se asomaban a las Costas Corianas para el saquear; la lealtad a la corona española con una condición para mantener el estatus social alcanzado y, en consecuencia, rechazo a lo exótico visto como elemento perturbador y finalmente, conducta conservadora en lo social como soporte del realismo, hicieron del coriano ese ser conservador que explica su conducta ante el paso de Miranda por las calles de la ciudad mariana.
De todos modos hay que seguir buscando en la historia para proporcionar explicaciones más ricas y comprensibles a comportamientos sociales como el apuntado. Sólo así estaríamos en condiciones de asomarnos a lo que pasó en el interior de los grupos asentados en barrios periféricos como el de
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