viernes, 25 de abril de 2008

Miguel Lugo: Maestro del tambor coriano

Cuando se hable del tambor coriano hay que hablar del Maestro Miguel Lugo. Nacido en La Negrita, hace sesenta y nueve años, lleva en sus manos la energía indispensable para golpear el cuero y extraer de él esos sonidos y tonos que caracterizan a este instrumento, todavía sin estudiarse competentemente. Vamos a glosar lo que nos manifestara en varias entrevistas que le hicimos en su residencia del sector Cruz Verde a partir del pasado día primero de enero. Dice que al tambor hay que golpearlo con el sonido del cuatro. Confirma que los del tambor se producen tres golpes fundamentales. “Cuando haya un furro volveré a repicar mi tambor”, nos dice con esa jovialidad que aleja el calendario.

“En Monteverde es donde están los guerrilleros”, sostiene con firmeza para significar que por ese sector de La Guinea comenzó la historia de este tambor y es por donde se introduce un núcleo esencial de esta tradición. Se lamenta de que, sin embargo, “allí no hay nada. Están quedados”, concepto con que manifiesta que la gente no se dinamiza lo suficientemente como para rescatarla del fondo donde ha sido dejada caer y en remembranza (no exenta de nostalgia) de la etapa en que en aquel sector brillaron los talentos más sobresalientes. Critica la forma en que actualmente algunos ejecutan el tambor. “Que no se toca sentado encima de la caja del tambor. El hijo de El Negro, hijo de la comadre [Olga Camacho] es quien sabe cómo se toca. El tamborero tiene que tocar sentado su tambor en una silla apropiada. Antes es necesaria una preparación física”, que para él consiste en golpear una pared todo el tiempo posible para darle fortaleza en las manos, rechaza colocarse algo en ellas en el momento de la ejecución.

El Maestro Miguel Lugo en su residencia del barrio Cruz Verde

Lugo se remonta al pasado para recordar cuando agarraban a las mujeres y las enseñaba fino el arte del tambor; se lamenta de que los hombres casi todos se han casado, igual que sus hijas que están cargadas de muchachos. Eso le impide por lo visto, volver a organizar su grupo musical. Pero al final de la entrevista se compromete a lograrlo en las próximas semanas.

Lugo fue uno de los mejores peloteros, llegó a conseguir el título de doble A; era la época de Peñalver. También fue boxeador, profesión de la que tuvo que retirarse después de que lo hospitalizaran por un puñetazo que le dio un contrincante súper grande. Perteneció al equipo “Los Criollos de la Vela”. Entonces existía la cervecería Las Rocas. Miguel Lugo perteneció a la categoría de los lanzadores de “que las tira como un limón”. Trae a colación una anécdota relativa a Paraguaná donde una vez se involucró en una apuesta con El Maracucho Ridan Bell; cada uno disponía de cinco cajas de cervezas para el juego urbano. Miguel Lugo se desempeñó como pitcher, en el estadio Tato Amaya, a quien ponchó varias veces, pero esta vez metió un jonrón ( home run). Para la época fue a parar a las manos de un contratista de la construcción, con quien consigue vagones de piedra que debía depositar con un camión. En ese trabajo duró tres meses. Tiene familia en La Cruz de Taratara. Juan Ramón Lugo fue copeyano. “Nano” Lugo jugó pelota.

Miguel Lugo cuenta que él llevaba consigo 4 ò 5 borradores a las reuniones para evitar que lo golpearan sus oponentes políticos. Carlos Ortega le tenía “chismeao” en Caracas; refiriéndose a él nos dice: “esa broma no sirve”.

Alcanzó una diputación con cuarto grado de enseñanza. Le llegaba a la gente preguntándole directamente por su situación económica: “¿estas pasando hambre?” y, al conocer la situación precaria de alguien, se enfrentaba a los patrones, a quienes decía: “métalo por tres meses a trabajar”. Estuvo 36 años en el MINFRA y en otros organismos, como el MOP, MTC, FOPE. Para incorporarse a la cultura necesita que le apoyen con alguna contribución o algo parecido a lo que le dan a Olga Camacho, como una especie de subsidio. No recomienda a algunos de sus hijos para su trabajo por considerarlos “malandros” y porque no permitirá que lo hagan quedar mal.

El tambor con el parche mayor y de mayor altitud es el que suena más alto; en cambio, el tambor pequeño se emplea en este conjunto instrumental para el acompañamiento del primero. Para Lugo, lo más importante es saberlo repicar. “Julio César Arteaga tiene un casete grabado con los repiques míos”, nos manifiesta Miguel Lugo con la seguridad propia de un oficio que se domina a ciencia cierta y dejándonos entender que existe una zona común a la forma de ejecutar el instrumento, pero hay otra en la que predomina la individualidad o el sello personal.

María Chiquitín tenía sus tambores. Vivía en Chimpire. El Negro Yule tocaba el güiro metálico. Las taparas hay que meterlas. Entonces Lugo tenía 18 años y vivía en el barrio La Guinea para abajo. El quería aprender para preparar un conjunto de música folklórica, pero para entonces no existía Casa de Cultura y, sin apoyo ni recursos, confiesa que él, Olga Camacho y su esposo Benigno Pachano, fueron quienes introdujeron en el “tambor coriano” otros instrumentos musicales.

El Negro Yule, “Chindo” Páez y “Panchón” Faneite, de “raza curazoleña”, fueron quienes le enseñaron a Miguel Lugo el secreto del tambor. El aprendizaje lo hizo en silencio: viéndolos tocar. Con ellos estudió de ese modo: aplicando la atenta observación y registrando en su cerebro los diversos modos empleados por ellos en la ejecución del tambor. Esta confesión es de importancia excepcional, porque nos permite apreciar hasta qué punto el tambor coriano le debe al tambor curazoleño en cuanto a su nacimiento, desarrollo y situación actual. Sin este dato revelador es imposible reconstruir su historia, sustentada casi exclusivamente en la tradición oral.

Según él, su compadre Benigno Pachano era terrible, se le aparecía en el sitio donde había ido acompañado de su comadre Olga. Era cuando Lugo tenía dos buses y dos camionetas en que llevaban a los músicos a los diversos escenarios en que ellos hacían sus presentaciones. Entonces el partido Acción Democrática le tenía rabia a Lugo por haber sido guerrillero cuando Chema Saher (en la etapa en que al Gato, hijo de Chindo, lo mataron en la sierra coriana.)

Chango Faneite vivía en la calle Buchivacoa, como Miguel Lugo; nos aclara que aquel sitio pertenecía al barrio Chimpire, como le decían antes; menciona además al Negro Yule, que habitaba en calle Ampíes. Llega a proporcionarnos la siguiente precisión: vivía en el comienzo de la urbanización Ampíes. Stekman vivía por donde cruza el Hospital para acá, cerca de un local donde vendían o venden lotería. Era contratista. El Negro Yule también vivió en Chimpire. Panchón Faneite con la familia de la gente que vivía, o vive en la Avenida en un sitio donde vendían lotería. Chango también andaba por esa época.

Nos afirma Lugo: “cuando comenzamos a tocar ya había muerto María Chiquitín; en aquella época, ella salía con su tambor, cantadores y bailadores”.

Lugo opina que inicialmente debieron ser dos al menos los tambores integrantes del tambor coriano; luego llegaron a ser cuatro. Hace siete años el urólogo Pulido Bueno le pidió a Olga que le repicara el tambor.

En la sierra el tambor lo tensaban con bejucos. En Coro se templaba el cuero del tambor con la candela de unos papeles que se quemaban.

Existió el tambor de salve, que se percute con palitos.

Lugo afirma haber minado de tambores el sector Monteverde. Pero lamenta la actual situación existente allí. “Uno los va enseñar y se arma la verguera”. Solicita la construcción de tambores grandes y pequeños para emplearlos en la enseñanza a nivel de la propia comunidad que los vio nacer y pasearse por sus calles. Esta acción contribuiría al reintegro de este símbolo de la corianidad al propio sujeto que lo creó y recreó durante tanto tiempo. Para el pueblo constituiría asimismo otro medio más empleado para su dignificación. De este modo la cultura tradicional popular de Coro y de Falcón daría un paso más hacia delante; de cambios radicales e irreversibles como el que se ha puesto en movimiento en la República Bolivariana de Venezuela.

De numerosos lugares venían a ver el repique del tambor coriano. Por ejemplo, de La Vela, Dabajuro y El Mene muchas personas pudieron llevarse una imagen de primera mano de lo que se estaba produciendo en Coro. Resultaba una manera de contrarrestar las deficiencias del Estado de entonces, ante manifestaciones de la cultura tradicional popular, a las que apenas se les asignaban escasos recursos y poco apoyo para que se desarrollara.

En el conjunto musical “tambor coriano” puede haber dos furros, según Miguel Lugo. “El mío es el primero”, confiesa y recuerda que su comadre Olga Camacho bailaba cuando iban a tocar a diferentes ciudades, como San Cristóbal, Valera, Trujillo…. Más tarde, en fecha que necesitamos precisar, Lugo se separó del grupo de Olga por no compartir algunos procedimientos; “no voy a cobrar por lo que no tiene precio. Toco el tambor para divertirme y echarme un palo”, nos confiesa en tono escueto, llano y sincero. Para entonces organizó nuevamente su conjunto musical integrado por él y sus hijos. Finalmente, cuando se jubiló, dejó en manos de éstos el encargo de que le diesen continuidad a su tambor, es decir, que no muriera esa bella tradición.

Por causas que no me comunicó, el grupo de Lugo se extinguió; tampoco sabemos si el Maestro Lugo logró transmitir a sus hijos los conocimientos poseídos por él de fuentes tan sabias como las que hemos mencionado más arriba. Podemos hacer algunas inferencias sobre este asunto a partir de lo que nos manifiesta en relación con el tamborero principal que su comadre Olga Camacho tiene en su grupo “La Camachera”. A propósito dice categóricamente:”el folklore nace de uno mismo y “Joche” casi no me oyó”. Las veces que repique [el tambor] son distintos repiques”, manifestó. Lugo ha intentado hacer entender que esa riqueza en la ejecución del tambor no fue transmitida a los jóvenes, ni por tanto, aprendida por parte de la generación que ha debido relevar a la generación suya. A través de la reflexión de este viejo tamborero, se nos está proporcionando el cuadro de que estamos enfrentados a una situación crítica por cuanto se nota más empobrecimiento de aspectos tan importantes como las técnicas de ejecución del instrumento por la falta de la adecuada y oportuna transmisión de los conocimientos y habilidades a las personas que los debieron recibir en su momento.

Lugo nos contó que cuando estaba grabando su disco, él repicó fuerte el tambor, cuyo parche se rompió. Eso lleva a un análisis de las técnicas constructivas que deben ser aplicadas a los instrumentos musicales. Hay que saber preparar el parche para que no suceda esto. Nos enseña que el parche hay que meterlo en cal, en agua y finalmente dejarlo en la caja.

Lugo aprendió los toques de cada uno de los tipos de tambores existentes en el Estado Falcón; el de Cumarebo, el de La Vela. Y apunta el hecho de que la gente de La Vela era la que más contactos tenía con Curazao y fueron veleños quienes trajeron los toques aprendidos por él. Narra la anécdota de cuando libró un duelo cordial con el tamborero veleño Galo Guanipa, quien ganó la primera vez, pero luego no fue así “¿Quién le da más?”, se trató de una competencia sana. El dato nos permite evaluar cuán estrechos eran los vínculos entre los tamboreros de Coro y los de otros sitios del Estado Falcón, especialmente con los de La Vela, lo cual no se aprecia en el presente.

Lugo aporta un valioso testimonio acerca de su aprendizaje. El no le preguntaba a aquellos viejos curazoleños, sino que los escuchaba y observaba atentamente. Había focalizado su atención en el tambor para evitar que otros elementos que nos rodean pudieran alejarlo de lo principal. Para él de lo que se trataba era de aprender las técnicas de ejecución y los diferentes tipos de toques de este instrumento de percusión. Así andaba tras de los viejos buscando los tonos del tambor; eso lo confirma en su llamado a que se enseñe todo lo relacionado con el tambor. Insta a su comadre Olga a que enseñe más a tocar el tambor coriano. En lo personal, sus conocimientos no se los va a llevar al cementerio porque “me los van a ensuciar”. Debe enseñársele los secretos del instrumento a esta generación como único medio de garantizar que no desaparezca la tradición del tambor coriano.

A Chango Stekman lo apodaban “Peleco”, es decir, zambo.

Joel Arion, los Stekman, los Jatar, procedían de Holanda – en realidad de Curazao. Según Lugo, Ela Petit era una “maestra de corazón”, de La Vela.

Luís Alfonso Bueno vive en Paraguaná.

“Gonzalo Márquez Yánez ha sido el periodista más peculiar que hayamos conocido. Era un carajo que llegó a Coro en un barco y aquí se quedó para ser sembrado y es por eso que nadie lo olvidará nunca”. También existió “Radio Pantano”, un personaje popular que solía presentarse como “la única emisora que

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