José Millet. (Cuba 1949). Escritor e investigador de origen cubano radicado en la ciudad de Coro, Venezuela, donde se desempeña como Director del Centro de Investigaciones socioculturales delIinstituto de Cultura del Estado Falcon. Pertenece a la Red de Escritores de Venezuela.
Lamento que todavía mucha gente siga operando con el vocablo cultura como mera exterioridad o manifestación escénica a que se reducen algunas de las renombradas artes, como la danza y la música. Últimamente se ha ido abriendo paso el concepto de que la cultura incluye al hombre en su rica diversidad física, psicológica y en su relación con el medio físico en que vive, cuyo rol en su formación integral es analizado y revisado día a día actualmente con el mayor detenimiento. Desde que, tras un arduo proceso de luchas en que fue decisiva la participación de destacados intelectuales del Sur inspirados por movimientos sociales de base en que algunos de ellos se han apoyado, fue aprobada la Convención de la UNESCO sobre la diversidad cultural, estamos en condiciones aceptables de someter a discusión permanente este tema, ahora respaldados por la feliz iniciativa del Ministerio de la Cultura de Venezuela de crear una Casa de la Diversidad Cultural a nivel central y establecimientos similares en otros Estados del país, con la finalidad de estudiar y promover este asunto tan importante para nuestros pueblos.
A fin de encaminar las presentes notas de introducción al tema elegido, permítanme abstraerme por un momento de la crítica demoledora a que debe ser sometido el sistema colonialista desde todo punto de vista en relación con la horrenda secuela de hechos dejados en la operación inescrupulosa, el tratamiento discriminatorio y ofensivo de las culturas de nuestros pueblos, vistas siempre como entidades inferiores, subalternas, periféricas... Llamo la atención acerca del hecho de que, en lo que se llamó Nuevo Mundo, el capitalismo puso en contacto la casi totalidad de los pueblos y culturas que existían en nuestro planeta desde el desgarrador y violento arranque de la Conquista y colonización de América. Particularmente, el Caribe fue el foco o centro de la creación de un nuevo rostro del hombre, en referencia al conocido por la civilización europea occidental judeo-cristiana de entonces que impusieron a los pueblos nativos e implantaron en el continente mediante el terrorismo combinado de las armas y la cruz.
El Caribe no es una invención del siglo XIX y menos aun del XX, como algunos académicos han tratado de demostrar históricamente. Aunque no con este sustantivo, el Caribe surgió entonces como el espacio donde el capitalismo aplicó sus estrategias de dominio y supremacía, para extraer de él y del resto del continente sus riquezas de disímiles tipos, valiéndose del sometimiento de la población nativa que casi concluyó por exterminar, la trata o comercio de africanos y la aplicación de la Esclavitud en el sistema de plantaciones (caña de azúcar, café, cacao…). Venezuela fue parte del trampolín principal empleado por los conquistadores europeos para explorar la parte de Suramérica en la que suponían encontrar el Dorado y muchos otros mitos construidos en la exaltación de la “fiebre colonialista” con que se inauguraba el capitalismo a nivel mundial. El territorio que ocupa el hoy Estado Falcón es el modelo más elocuente en Tierra Firme de lo sucedido en materia de tratamiento de pueblos nativos y emergentes o “pueblos nuevos”, como los llamó el brasileño Darcy Ribeiro y sus culturas por parte del colonialista europeo, en este caso de los españoles y alemanes, en esta otra edición de Las Cruzadas que aun no se ha reconocido o se pretende ignorar por conveniencias de los Imperios antiguos y actuales.
Falcón debe ser entendida y, por tanto, tratarse como una región histórica, por los motivos expuestos y por otros más que no viene al caso analizar aquí. Resulta un paradigma de la pluralidad en todos los sentidos y enfoques desde que se le quiera tratar por los pronunciados contrastes de su geografía física y humana; en cuanto a la primera, incluye territorios desérticos y semiáridos, planicies y zonas montañosas también con parecidas características a las zonas arenosas, junto con un sistema de montañas con abundante tierra fértil y clima húmedo, diríamos de umbría, propicio para la siembra, el plantar y la cosecha pródiga en frutos. En síntesis, montañas y valles fértiles, extensas llanuras semiáridas y una amplísima faja costera que baña el Mar Caribe a lo largo de casi mil quilómetros, han condicionado la existencia de grupos y comunidades a menudo dispersas con un amplio abanico de biotipos humanos, de estilos de vida y de producciones de bienes espirituales expresivos de pródigas identidades locales de alto relieve, aunque no exentas de la acción negativa de factores externos y de los procesos civilizatorios arrastrados desde la época de la colonia, que ofrecen el paradigma de la ciudad como el ideal al que debe aspirarse y el propio de la vida en este tipo de capitalismo de violentos opuestos, ejemplificados por la concentración de diversos asuntos y temas de la “gran urbe” ejemplificado en la Gran Caracas que, como Maracaibo, Valencia y Barquisimeto, resultan un foco de atracción y tentación de migración para el venezolano de cualquiera de los otros Estados.
Voy a ejemplificar la sugerencia de construir el mapa de la diversidad étnica y cultural de nuestra región falconiana en base a dos tipos de espacios de connotada “ecología humana” firmemente dibujados y asentados en el fértil humus que brotó de sus respectivas localidades en las que nos enfocaremos: el del eje “Coro- Sierra Coriana” y el de la Península de Paraguaná, que para mí resultan los dos más emblemáticos de esta región en su conjunto, hasta el punto conclusivo al que he llegado como el fruto más promisorio de mis estudios de campo y reflexiones en la última etapa de estos dos años “y piquito” que llevo establecido permanentemente en Coro. Preciso llamar la atención, no obstante, que son meros objetos de estudio y de reflexión para darle continuidad al análisis de la problemática de las identidades locales, las cuales en nuestro escenario poseen también gran riqueza y múltiples maneras de existir y manifestarse.
El primero de los espacios elegidos, que defino como el eje “Coro-Sierra Coriana”, se caracteriza por haber podido conservar sistemas de producción económica de base aborigen y rasgos de rico/variado cruce interétnico, con técnicas, modos de producir la tierra e instrumentos tradicionales de trabajo que todavía es posible ver y, en el caso en que es ostensible su desaparición o extremo debilitamiento, recuperar en la propuesta práctica final que acompaña a las presentes notas. En efecto, entre otros, el conuco es el más elocuente exponente de esa cultura ancestral de concebir y tratar la tierra como parte de un “elant vital” del ser humano, en el que están incluidos los animales que integran, junto a las plantas, un universo especial que intentamos concebir como formando parte orgánica y sustantiva de un solo modo de vida y que, para reducir los términos a una escala menor y más comprensible, podemos denominar provisionalmente el “sistema de la ecología humana” en que se afinca firmemente la identidad coriana.
Desde hace algunos años, algunos hermanos de Curazao me habían llamado la atención acerca de la necesidad de estudiar y recuperar el conuco, sistema de producción agrícola desaparecido en esa isla colonial holandesa y ya, tristemente, una rareza “arqueológica” en gran parte de Venezuela y de la región falconiana bajo estudio por nuestro Centro de Investigaciones Socioculturales que me honro en dirigir. Este hecho sucedió en muchos otros países del Caribe, donde el conuco ya no es si no una pieza de la arqueología histórica; y, si en efecto, está en franca situación de extinción en este ámbito geográfico tan amplio e importante que es el Caribe, resulta perentorio atenderlo y trabajar por su recuperación porque permite remitirnos a un pasado-- para intentar su reconstrucción-- en el que los pueblos aborígenes y las comunidades y grupos africanos, de diverso origen étnico, compartían en situaciones de trabajo comunitario y de solidaridad un mismo espacio, experiencia prolongada de la cual cristalizarían y surgirían, primero, rasgos propios locales firmemente hincados en la tierra y, finalmente, implicaría la formación de los componentes o batientes de un etnos particular con identidad singular en esta región que, a la a larga, desembocaría en la construcción de la venezolanidad en un ámbito de mayor alcance.
Al conuco va asociado el conuquero o trabajador del campo que lo ha mantenido como sistema de producción agrícola primario y del cual depende su existencia, así como un conjunto de otras relaciones de producción que deberán ser estudiadas, porque forman parte de una cultura que deberemos recuperar en su totalidad mediante un doble esfuerzo: uno dirigido a reforzar con recursos materiales a sus productores o conuqueros y, por el otro, a su dignificación como una de las formas de vida más dignas que tenemos la dicha de mostrar en Venezuela. Al conuco va asociada la construcción de lenguajes simbólicos, también nativos o autóctonos, de alto grado de espiritualidad y que no alcanzo a explicarme la extraña causa interpuesta para impedir su desaparición, sometido al desastre del “proceso civilizatorio” judeo-cristiano eurooccidental y a la perversa globalización de carácter neoliberal que ha invadido nuestras sociedades como la peor de las pandemias padecidas por el hombre en su azarosa evolución en el planeta.
Cada uno de estos dos emblemáticos espacios aludidos, asimismo generó pluralidad en cuanto a tipos humanos diferenciados en lo físico, psíquico y espiritual, acoplados a las características de su ambiente físico inmediato al que debió adaptarse, amoldarse o vivir en perenne dinámica de intercambio e interacción mutuamente modificante en relación con la tierra, las plantas y los animales que lo han cohabitado hasta el presente. El coriano-serrano fue un tipo humano determinado por su relación armoniosa y respetuosa con la Naturaleza, de la cual supo extraer los recursos principales que garantizaron su existencia, incluido el hábitat concebido como casa de vivir y como unidad donde se producen especies fundamentales para la supervivencia. Es un ser humano provisto de valores de fuerte arraigo al terruño donde nació y ha vivido, en primer lugar, la valía que defino como el amor a la “madre tierra” que podría ser interpretada como una especie de patria chica; en cuanto a lo social, posee una familia unida, relaciones interpersonales directas con marcado sentido de la interacción directa y modo espontáneo, franco y abierto de vinculación afectiva con los demás.
Hombre de la tierra, honra periódicamente a la Tierra Madre en agradecimiento a los frutos que ella le prodiga generosamente; construye con el barro su hábitat y lo incluye incluso en algunos platos elaborados con esta materia prima, como el conocido “cují pilao” que tuve el placer de degustar en Mitare…Hombre de maíz, del que nació y al que vive entrañablemente unido, alojado en su “casa de maíz”—la mazorca--, extrae de esta planta lo esencial en garantía de la continuidad de la especie: el polvo obtenido mediante el pilado manual de sus granos en un artefacto de madera y que forma el ingrediente o materia prima principal del alimento que consume varias veces al día: la tierna arepa de “maíz jojoto”. En Coro existe el hábito arraigado de comer arepa tradicional en muchos hogares, no la industrial elaborada con “harina pan”, se consume la sopa el domingo y las caraotas el lunes con una regularidad muy significativa por los amplios sectores de la sociedad involucrados en esta costumbre. También aquí es posible comprar la harina de maíz, molida de forma artesanal en instrumentos asimismo tradicionales, o la masa previamente elaborada para la confección de los alimentos de quienes la adquieren.
Aunque dislocadas en un espacio mayor que abarca otros Estados, como Lara y Portuguesa, no se entenderían Las Turas sin este dibujo del coriano-serrano cuyo perfil o “retrato identitario” hemos intentado dibujar preliminarmente más arriba y su entrañable vinculación al entorno físico que lo rodea, lo que en términos actuales se definiría como el ecosistema humano del que surge un ser raigalmente natural que resulta lo más característico y sobresaliente de nuestro Estado desde el punto de vista de la geografía humana, esa que tan pocos especialistas toman en cuenta en sus estudios acerca de la cultura. Las Turas son la expresión, también ancestral y raigalmente comunitaria, que mejor correspondería a estos sistemas de producción económica de carácter patrimonial, con predominio de instrumentos, técnicas y saberes tradicionales, del que el conuco resultaría el ejemplo más elocuente como sistema de producción agrícola. Originalmente, el conuco es la base económica de esta expresión de la cultura aborigen mal denominada como “baile de Las Turas” que he propuesto, desde hace varios años y precisamente en una conferencia organizada por el Instituto de Cultura del Estado Falcón, sea incluida en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
No obstante su definido origen amerindio, estos sistemas productivos agrícolas, ejemplificados en el conuco y a los que continuó, con el transcurso del tiempo, la aparición de las famosas “huertas corianas”, generaron modos de vida, estilos y costumbres que deben ser analizados en la perspectiva de la interacción étnica, de modo particular con la población traída de África en condición de esclavitud y que escapó al yugo al que los sometió el conquistador/colonizador europeo, para convertirse en hombres libres precisamente en la sierra coriana. Aquí entra una variable generalmente excluida de los enfoques culturológicos: la de la historia, marco imprescindible para identificar y explicar muchos de los fenómenos propios de la cultura. La convivencia entre población autóctona venezolana y comunidades africanas de diverso origen étnico en el eje Coro-la Sierra, es lo que explica que en las huestes insurrectas de José Leonardo Chirino, en mayo de 1795, marchen parejamente sobre Coro pueblos aborígenes sometidos, como los negros, mulatos y mestizos, a semejantes condiciones de explotación y vejámenes desde muchos puntos de vista y que, en dirección contraria, formando parte de las huestes españolas que organiza el Poder Español en Coro para enfrentar a los insurrectos, sean empleados asimismo nativos o amerindios, según puede verificarse en los documentos que obran en los archivos de Caracas en el expediente que se le siguió a aquel hecho histórico encabezado por el revolucionario José Leonardo Chirino.
Este asunto de las relaciones interétnicas nos conduce a una problemática que en su momento deberemos tratar con el concurso de varias disciplinas científico-sociales. ¿Qué resultó del intercambio entre estos pueblos que convivieron en un mismo espacio durante mucho tiempo en condiciones de la esclavitud del tipo impuesta por el conquistador? Por lo pronto vale la pena apuntar que, en el plano axiológico, fruto de su resistencia a la opresión, rebeldías y enfrentamientos, surgieron dos valores esenciales que formarán parte del arsenal espiritual del venezolano a lo largo de la geografía nacional: la vocación por la libertad y, más tarde, por la voluntad por la independencia absoluta del yugo o dominación del europeo (en nuestro caso falconiano, tanto del alemán como del español.)
Existen muchos bienes o creaciones culturales que nos permiten visualizar el fruto del intercambio de las numerosas comunidades étnicas y de los pueblos puestos en contacto interactivo que concurrieron en la región histórica que hoy lleva el nombre de Falcón. Las casas de barro esparcidas y numerosísimas no sólo en Coro y su Puerto Real de La Vela, sino en el espacio mayor de las Sierra, abarcando a casi todo el territorio del Estado, nos lo confirman desde varios puntos de vista. En ellas saberes, conocimientos, técnicas y artes ilustran cabalmente el proceso de transculturación, intercambios y síntesis que se producirían desde épocas tempranas hasta el presente, en que no han acabado. Lo mismo podríamos decir de las modalidades de bienes elaboradas a partir del maíz, como la arepa pilá o jojota, la arepa pelá y la cachapa, joya del paladar del venezolano que tiene aquí excelencias que ofrecer al gusto más refinado. El conuco no puede entenderse al margen de la vivienda de barro que forma parte del sistema de producción y del sistema de habitat humano propio del coriano y, por extensión, de buena parte de la población falconiana radicada en el campo. Esto será un tema que privilegiaremos en nuestro Atlas Etnográfico del Estado Falcón, que ya estamos en franca fase de fabricación con el concurso de personas de numerosas comunidades.
Esta sería la “marca distintiva” de tipo material del biotipo humano que definimos como coriano-serrano. En lo psicológico, su mentalidad es apegada a la tradición, con un sentido del tiempo completamente distinto del tipo humano citadino tal como lo apreciamos en Punto Fijo, por ejemplo; ese rasgo lo hace regodearse en un “relentamiento” de los procesos productivos al extremo de aproximarlo al que entendemos como propio de la mentalidad tradicional del africano. Es lo que yo denomino como la “mentalidad del chinchorro” que define su apego a dormir la siesta después de almorzar religiosamente a una hora precisa del mediodía: a las 12 en punto como máximo, después de la cual se hace obligado ese relax del cuerpo al ritmo del obligado contoneo rítmico o golpeteo de hamaca. En su peculiar modo de caminar, desplazando los pies a escasa altura del piso, a paso lento y sin apenas mover las caderas, se refleja vivamente la forma de presentación física propia del coriano, de carácter afable y noble, pero de una hondura y firmeza en sus determinaciones que son proverbiales en la geografía humana de toda Venezuela.
Algunos de los rasgos identitarios y valores fuertemente impregnados de tierra y de adhesión a sus respectivas localidades y, muy especialmente, a sus comunidades, son igualmente valederos para tratar otros ejes de la región falconiana. Soy consciente de que las presentes notas no lograr abarcar la complejidad del problema y que es necesario mayor estudio y concentración intelectual para alcanzar mayores imprescindibles precisiones. Quiero que las tomen y acepten como un ejercicio personal de pensamiento, una voluntad de correr los riesgos lógicos de enfrentar asuntos hasta el presente no sistematizados lo suficientemente. Obsérvese, además, que no citado a ningún autor, ni a estudiosos ni a creadores que han realizado importantes contribuciones al tema de la identidad del coriano y aun del “falconiano”. En el caso de la Península Paraguaná, por ejemplo, estoy obligado a reconocer que existen numerosos historiadores, cronistas, investigadores y escritores cuyos estudios han aportado sustantivamente a la declaración de la riqueza espiritual, cultural y humana que el pueblo ha logrado acumular en este territorio tan pródigo en todos los aspectos de la vida social. Como es válido el recurso de la defensa anticipada antes de que se produzca la tan necesaria y oportuna crítica, me permito citar a dos personas con un mismo nombre que, para mi concepto del tema de la diversidad/identidad, me sirven para resumir su tratamiento en el segundo de los dos ejes seleccionados: los Alí, el Brett Martínez y el Primera, pero como de ambos del que creo conocer un poquito, afirmo que su vida y su obra constituyen el más vivo paradigma y significativo ejemplo del espíritu paraguanero.
Hecha esta aclaración, concluyo esta presentación con la breve alusión a lo relativo a Paraguaná, tomando en cuenta que fundamentalmente va dirigida al propósito de servir de reflexión introductoria al tema de la diversidad tanto étnico como cultural y a un público no suficientemente familiarizado con su referencia a nuestra región falconiana en su conjunto, por tanto mucho menos a esta otra porción tan significativa de su territorio a la que no he podido todavía ni tan siquiera asomarme. En el caso de Paraguaná, con igual propiedad debe volverse a hablar de modos y estilos de vida tradicionales apegados a la vida rural y marítima que otra vez terminan por imponer la pauta en cuanto al carácter que predomina entre sus habitantes, pero con la diferencia de que aquéllos están sometidos a violentos contrastes con respecto a otras formas de vida social que tienen su origen en la “antropología del petróleo”.
La referencia común al tema que estamos tratando en ambos ejes debe ser la de la denominada “cultura de la pobreza”, en ocasiones y en épocas pasadas de las más atroces de las padecidas por los falconianos, hasta incluso a haber llegado al hambruna extrema que tiene en las Ánimas de Guasare uno de sus más relevantes testimonios. Provisionalmente, podríamos hablar de una identidad paraguanera con dos variantes claramente dibujadas por procesos históricos diferenciados: tal vez el contraste existente entre el pueblito pesquero de Carirurbana y Punto Fijo ilustre mejor que nada la formación y sostenimiento de estas dos identidades aludidas coexistentes en un espacio casi a diario compartido, separado incluso por una franja de terreno accidentado muy pequeña y acortado por la poca distancia que se necesita para ir de uno a otro lado. En uno la vida vinculada al mar, la pesca artesanal realizada con embarcaciones generalmente hechas por los pescadores, instrumentos de trabajo de fabricación manual y modos artesanales de pesca, marcan una pauta de un espacio más humano, directo, equilibrado, dado a las relaciones interpersonales, pero pautado por un ritmo de vida enfocado a la relación con el vecino Punto Fijo, asentamiento urbano donde imperan los comercios, la agitada vida de los visitantes que vienen a realizar compras instantáneas en su gran mayoría o negocios a gran velocidad, además de por una población flotante que hace la mayoría con sus secuelas de prácticas sociales degradantes (léanse: drogas, prostitutas, juegos ilícitos, asaltos…); en fin, por la violencia y la inseguridad.
En cuanto a la población, en Carirubana, el arraigo y el sentido de pertenencia al sitio en que se nació y se vive marcan la distancia con su par contiguo, Punto Fijo, formado por la migración indiscriminada de gente atraída por el desarrollo del boom del petróleo que ha dejado una huella imborrable en el perfil del venezolano en sentido general, lo cual se hace más contrastante en los “campos petroleros”, donde nacieron muchas generaciones que arrastran un dramático/ pesado legado desde entonces y lo llevarán consigo hasta el final de sus vidas en el que lo más sobresaliente es el desarraigo, generador de la mayoría de los problemas sociales que se padecen allí y por rebote aquí también. Entre ambos polos, podríamos situar el “campo paraguanero”, donde la “antropología de la parcela” pone la nota distintiva: la tierra “pequeña y pobre”, como apunta la canción “Paraguanera”, de Alí Primera, donde no “existe ni peón ni amo”, es decir, pura precariedad de vida, gente de mano callosa que sueña con la ansiada agua con que mitigar la aridez del terreno, pero que no le impide anhelar el bailecito con “violín y clarinete”. A consecuencia de la muerte de su padre en Coro, la vida azarosa a que se ve obligada a someterse la familia del propio autor de la canción aludida, en su recorrido por la accidentada y aciaga geografía de la Península, desde San José de Cocodite hasta la playa, proporciona los principales elementos con que podemos hacernos una elocuente foto de esa otra “ecología” o nicho natural del que brotó el paraguanero, no exento de contradicciones ni contrastes, más marcados en relación con el tipo humano que hemos definido como el coriano-serrano.
1 comentario:
Vamos a andar¡
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